No puedo odiarte by Corín Tellado

No puedo odiarte by Corín Tellado

autor:Corín Tellado [Tellado, Corín]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1963-01-01T05:00:00+00:00


VIII

Llegó junio, y la familia Cañal Escudero, dispuso el viaje a Gijón, como todos los años. Durante aquellos meses transcurridos no se supo nada de Juan Fidalgo. La Prensa española no se ocupó de él en ningún sentido, excepto en cierta ocasión, dos meses antes que publicó en un diario local, en reducido espacio, la traducción de aquella obra en inglés y francés. En cuanto al autor no se mencionaba siquiera.

Su madre dijo tan solo:

—Seguirá dando conferencias en París.

La conversación giró en otros derroteros y Mary Pepa quedó con ganas de oír muchas cosas de Juan.

Aquella tarde, víspera de su salida para Asturias, fue a ver a Carmen. También Carmen veraneaba en Gijón con su esposo. En años anteriores la temida Cañal se hospedaba en el «Hernán Cortés», y luego, cuando se inauguró el «Miami», enclavado frente a la playa de San Lorenzo, pasaron a aquel por encontrarlo más cómodo para su fines veraniegos. Pero aquel año, el que nos ocupa, don Francisco Cañal decidió alquilar una chalecito en el Piles, considerando que su suegra, contra toda opinión, había decidido acompañarles. Don Francisco estaba, como se dice vulgarmente, que echaba chispas, pues no migaba con su madre política, ni creía posible migar, ya que la dama tenía unos conceptos de la vida que don Francisco no compartía, y los exponía sin ningún rubor y teniendo muy poco a cuenta la opinión de su yerno.

Julio Olivares, esposo de Carmen, suspendía su consulta en Madrid, por dos meses, decidiéndose, tras de muchas dudas y reparos, a acompañar a su esposa y la familia de esta. El viaje, pues, estaba decidido para el día siguiente muy de mañana, y se efectuaría este en tres automóviles, el primero conducido por don Francisco, ocupado con su esposa. El segundo, perteneciente a la anciana dama y conducido por Mary Pepa. Era un «Mercedes» último modelo y el mejor de la familia, pues el capital de doña Pepa sobrepasaba con mucho el de su yerno y nietas. El tercero era un «Dauphine», conducido por su propietario, Julio Olivares.

Así estaban dispuestas las cosas y todo ultimado, cuando Mary Pepa, salió aquella tarde de casa con intención de visitar a su hermana y su abuela. Para ella, y con objeto de trasladarse cuanto antes de una parte a otra de Madrid, utilizó el pequeño coche de su padre, un sencillo «4–4», que el autor de sus días había adquirido mucho tiempo antes para una de sus hijas, sin que estas, al parecer, lo usaran pon frecuencia, pues los dos eran muy andariegas.

No obstante, Mary Pepa tenía prisa aquella tarde, toda vez que aún no había cerrado su maleta particular, y necesitaba comprar algunas cosas antes de hacerlo.

En la Gran Vía hubo de detener el auto antes los semáforos. Y quedó con las manos crispadas en el volante. Ante ella, cruzando la calle tranquilamente, pasaba Juan, vestido con ropas deportivas, indiferente y frío como siempre, flaco y enjuto, alto y tan desgarbado como nunca dejó de serlo.

No pudo evitarlo y llamó, sacando la cabeza por la ventanilla:

—¡Juan!

Este ni siquiera reparó en ella.



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